Eli Apezteguia

Decían que era mujer de pocas palabras. No es que no tuviera nada que decir, pero unas veces creía que lo que pensaba no era digno de ser dicho y otras veces me resultaba tan evidente que me parecía absurdo caer en redundancias. Se me daba bien aparentar tranquilidad e impasibilidad, pero ahí estaba, más que cualquiera. No digo al principio, obviamente, en los inicios aun me estaba gestando. Fui prematura, así que necesité un tiempo para acabar de formarme. Por eso quizás no recuerdo mi niñez, mi conciencia aún no estaba ahí. Mi cuerpo llegó antes que yo. Casi siempre estando ausente, incluso me gustaba ser discreta. Hasta que me di cuenta que no, que yo también tenía algo que contar. No quería ser sombra, era luz. Siempre desde el mar, con él, en él. Mi refugio, testigo de mi evolución. Siempre escribiendo y haciendo fotos, para mí, como una forma de expresión muy instintiva, muy animal, como mera forma de supervivencia. Y sin apenas saber cómo, tal vez gracias al vaivén de las olas, entre subida y bajada de marea, empecé a compartir mis entrañas con el mundo. Y qué bien sienta, desprenderse de la más agarrada esencia, y compartirla. Necesito exteriorizar mi mundo, a mi manera, para liberarme, entenderme, y poder seguir. Empezó siendo algo  mío, pero necesito hacerlo con otros, que alguien más se deje hacer, llevar. Porque poder tener a alguien delante y verle, de verdad, me ayuda a mi. Y es que el otro como espejo es la pieza que falta para seguir. 

 

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